LA HOGUERA DEL TEDIO Y LA IDIOTEZ DIGITAL
Una opinión para escritores que prefieren el martini frío al café recalentado
Enfrentamos una epidemia más peligrosa que la ignorancia: el fastidio mental del siglo XXI. Una generación entera ya programada para huir del silencio, del esfuerzo y del pensamiento complejo como si fueran leprosos del intelecto. Hoy, aburrirse —ese antiguo preludio de la imaginación— se considera un crimen contra la dopamina. Y leer... leer ya no es una noble rutina del alma, sino una rareza de aquellos cronológicamente sofisticados. Ok. de viejos excéntricos, pues.
¿Dónde diablos está el lector iberoamericano que se quemaba las pestañas con Octavio Paz, Carmen Martín Gaite, Rosario Castellanos, Unamuno o Fuentes, mientras fumaba ideas al igual que cigarros? ¿En qué basurero emocional enterramos la paciencia, el argumento, la complejidad? La respuesta es simple y bestial: la hemos entregado, como idiotas voluntarios, a los pulgares nerviosos y a las pantallas brillantes. Nos domesticaron como a monos: un “me gusta” por aquí, un video de 15 segundos por allá, y listo: la cultura convertida en croqueta digital.
Con la dictadura del estímulo hemos topado y encontrado al lector convertido en perro de Pavlov. Hoy, cualquier texto que exija más de diez segundos de atención es considerado una tortura medieval. Una nueva aristocracia del vacío ha nacido: los que no leen, pero opinan; los que no entienden, pero cancelan; los que no argumentan, pero linchan. Si Kafka publicara hoy en X [Twitter], lo llamarían “denso”. Si Borges apareciera en TikTok, le exigirían que se calle y baile.
El aburrimiento, ese umbral necesario para pensar, ha sido criminalizado. El algoritmo, ese pastor clerical de idiotas modernos, lo evita a toda costa. No porque sea inútil, sino porque te hace libre. Te devuelve la capacidad de aguantar la espera, de cuestionarte, de construir pensamiento en lugar de tragarte slogans. Y claro, eso no le conviene a nadie. Ni a los políticos mediocres, ni a los coaches de aire caliente vendehumo, ni a los influencers analfabetas que repiten como loros ideas prestadas. Un pueblo aburrido piensa. Y un pueblo que piensa, molesta.
En los tiempos de la posverdad, el bulo, la paparrucha o el fake news es urgente incendiar la atención. Leer como acción de guerra convirtiendo la lectura profunda en acto de resistencia. Propongo un levantamiento. No con armas, sino con libros. No con likes, sino con párrafos largos y jodidamente incómodos. El siglo XXI grita en sus adentros: Quiero lectores que se aburran con dignidad. Que se enfrenten a un texto como se enfrenta uno a un duelo. Que vuelvan a entender que leer es penetrar, no escanear.
Sí, tú, lector iberoamericano. Deja de mendigar migajas de contenido en plataformas que te desprecian. Recupera el privilegio de perderte en un ensayo sin hipervínculos. Vuelve a esa soledad en la que pensabas, en lugar de reaccionar como mascota digital. Urgen lectores que aguanten el silencio de una idea no resuelta. Que resistan el picor de no entender algo de inmediato. Que se revuelquen en el tedio como si fuera barro fértil, no desecho cultural. Que lean a Bolaño o a Góngora sin pedir subtítulos emocionales.
Estimado lector, sostenga mi martini que esto va de clases y es mi proyección para el año 2030: leer es el nuevo privilegio ¿Quiénes leerán en 2030? Los amos. Y ¿Quiénes vivirán en TikTok, atrapados en su propio eco de ignorancia? Los siervos.
La lectura profunda se convertirá en el nuevo código del poder. Ya no bastará con saber leer. Habrá que saber resistir leyendo. Quien domine el tedio dominará la palabra. Y quien domine la palabra tendrá el control del relato. El resto —los idiotas funcionales— serán apenas mano de obra con Wi-Fi. Así que sí, esto va de clases. De dominio cultural. De aristocracia cognitiva. El que no lee será manipulado por el que sí. Punto. Que se ofendan si quieren. Yo no vine a repartir abrazos ni a jugar al consenso.
Ser lector hoy es ser disidente. Un peligro. Un bicho raro que se atreve a decir “no entiendo aún, pero lo intentaré”. Un sospechoso. Un hereje del sistema que exige tiempo y profundidad, como si no supiera que vivimos en la era del zapping mental y la hiperinflación de idioteces.
Estimado lector, seamos disidentes y provocadores profesionales, desde la academia, el hogar, el lugar laboral o el lugar que usted prefiera, mostremos a los otros a no ser un cliente más del fast-thought, sino un ciudadano que piensa lento y dispara certezas duras. De volver a amar el silencio de las páginas. De entender que leer con esfuerzo es el último bastión contra la manipulación masiva.
Desafiemos a las demás generaciones: ¿Te atreves a aburrirte? Porque si no puedes pasar veinte minutos frente a un texto sin mirar tu maldito celular, no estás libre. Estás programado. Eres un animal de laboratorio con plan de datos.
Y si eso no te indigna, es que ya no hay nada que salvar.
Me gustó lo de leer a Bolaño y Góngora sin subtítulos emocionales👌🏼
Duro y real. Vivimos en una época en la cual cada vez es más difícil aburrirse y pensar, mantener la atención y la concentración, desconectarse un rato de pantallas y notificaciones. Vivimos hiperconectados, hiperestimulados e hiperatrofiados. Y lo peor es que las nuevas generaciones se nutren de eso desde sus primeros años, casi sin medios para defenderse.
Saludos!